domingo, 4 de mayo de 2014

Gustalin, cuento de Marcel Ayme

Al escuchar el ruido de los zuecos sobre la arenilla del patio, era su mujer que salía de la cocina, Gustalin cerró el libro y lo deslizó entre un montón de viejas cámaras de aire que ocupaban un rincón del banco de artesano. Con la oreja tendida, mirada interior de la ansiedad, tomó al tanteo una lima y se inclinó sobre el torno. Los pasos se acercaban. Hizo rechinar la lima sobre el acero y quiso silbar una melodía, pero no le salía el silbido, la cabeza no lo ayudaba para nada. Finalmente, los pasos se detuvieron a mitad del camino entre la cocina y el garage. Su mujer entraba en la cuadra para dar comida a las bestias. Con un suspiro de convalecencia dejó la lima, y mientras miraba hacia las cámaras de aire, un destello de concupiscencia brilló en sus ojitos azules. Salvo imprevistos, la Flavia tenía por lo menos para un cuarto de hora tanto en las cuadras como en la granja y él escucharía cuando ella cerrara la puerta. Era de esperar que no saliera por la puerta posterior de la casa y que, como la hierba ahogaba el ruido de sus pasos, no echara una mirada en el taller desde la ventana del fondo. Había pocas posibilidades, pero había ocurrido algunas veces. Su mano vaciló, luego, con el gesto certero de los ladrones, llevó el volumen al medio del banco. La tapa de cartón rosado, en el reverso sólo tenía el precio escrito: dieciséis francos, poco más o menos, todas las economías clandestinas que había realizado en seis semanas.
El calor le subió a la cara, no a causa del peligro, sino de la excitación que le prometía la lectura. Gustalin tomó el libro apoyando el pulgar sobre el grueso de las hojas, de donde algunas se escaparon aleteando.
Al pasar, envolvía con una mirada ardiente fotografías y dibujos sobre los cuales ya se había inclinado largo tiempo. Al pie de la página 105 encontró la frase que había debido abandonar poco antes. Volvió a leerla desde el principio, a media voz para sentir un placer mayor:
"Por la acción de esos resortes, el disco receptor, cuyas dos caras están provistas de platos de fricción de un material especialmente estudiado, se encuentra atrapado entre el plato móvil y el volante del motor"...

Extraído de El erotismo en la literatura, Editorial Quintana, 1970

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